Por Emmanuel Mercado Brito
Las personas se unieron por primera vez para crear ciudades hace aproximadamente unos seis mil años y desde entonces los asentamientos tanto planeados como los de producción improvisada o informal han jugado un papel importantísimo en el devenir de las sociedades humanas. La evolución y mutación de estos experimentos de ciudad han sido desarrolladas de maneras muy diversas y particulares. Observar las ciudades del mundo es como ver la paleta de colores, la variedad parece ser infinita. Las maneras de las distintas culturas de entender y por ende de proyectar el espacio varía. Los aspectos geográficos, socio-económicos y políticos de cada región pueden llegar a ser tan particulares y característicos que hacen una ciudad completamente diferente a otra. Y he aquí lo bello de la arquitectura como ciudad, el diseño urbano.
Las
ciudades son organismos vivos, respiran como todo ser vivo, tienen un plazo de
vida que expira si la acción de planificación de la misma se queda estancada y no
evoluciona siguiendo los requerimientos cambiantes de las personas que componen
la ciudad. La planificación nunca termina.
París-Francia |
Pero París cambió, con el tiempo evolucionó.
El plan Haussmann ya no satisface las necesidades de una metrópolis de más de 12
millones de habitantes. ¿Qué queda entonces por hacer? ¿Aferrarse de manera
fútil a la que fue una bella y cómoda Paris bautizada como la París de
Haussmann de mediados del siglo XIX? Por supuesto que no. Aún queda
planeamiento urbano por hacer. Es bien cierto que en su época París fue
renovada y llevada a convertirse en la ciudad más moderna del momento, pero las
necesidades y requerimientos de los tiempos además de la población con un
crecimiento exponencial pone en evidencia la necesidad de una revalorización y
reajustes. Y es como dije antes, la planificación nunca termina.
Existen características intrínsecas de una
ciudad. Estas características pueden verse a leguas, desde el aire surcando los
cielos en un dirigible, even. Estas
características, que pueden llegar a ser bondades como también inclemencias,
siempre serán parte de la identidad de una ciudad en particular.
Esta identidad, que puede ser parte de sus bondades, se convierte en
inclemencias cuando se resiste a la expansión, la renovación, la puesta en acción de
agentes de cambio. Y esto se da a que la identidad tiende a centralizar,
persevera en una esencia. La identidad puede ser testaruda, se auto compadece
en el centro. Desde esta perspectiva, el reciente y tardío descubrimiento de la
periferia como una zona de valor potencial es subvalorado. Y es así como el
centro le gana la atención mediática a la periferia. La tendencia del hombre
hacia el centro es casi patológica. En las ciudades convergen estos deseos
centralistas de los hombres.
Central Park-New York |
La
densidad urbana pone en evidencia la naturaleza concéntrica de los hombres. Además
que estos deseos se le suman factores socio-económicos y de servicios que solo
se pueden ver satisfechos en las grandes ciudades, aunque estas grandes
ciudades con el tiempo se empiezan a quedar cortas como desmitificadas panaceas a las
necesidades de los ciudadanos. No es solo que el centro se ha quedado demasiado
pequeño para realizar sus actividades y obligaciones, sino que el centro se ha
convertido en un espejismo gastado que en su futuro no tan lejano solo le
espera la implosión. Y aun así, su comparecencia ilusoria le niega al resto de
la ciudad (periferia) su legitimidad. Manhattan denigra como ¨gente de Brooklyn
o Jersey¨ a las personas que necesitan asistencia infraestructural de puentes y
túneles para entrar a la ciudad. Esta obsesión con el centro nos convierte a
todos en exiliados, ciudadanos de segunda categoría. Esta misma naturaleza
concéntrica convierte a los centros en downtowns, elevando tantos los precios
por metros cuadrados como las edificaciones hacia la verticalidad. Creando
zonas urbanas imposibles de costear mientras se yerguen rascacielos grandilocuentes
en altura con lindero cero. Los rascacielos parecen ser la tipología grata,
acepta y definitiva.
Asentamiento de infravivienda en Nueva Delhi-India |
Algo diferente sucede en la otra cara de la
ciudad, en esa que llamamos informal. En la actualidad el 33% de la población
mundial vive en barriadas o slums.
Estas comunidades informales no cuentan con los servicios y comodidades básicas
como alcantarillados, agua y saneamiento. Para esta informalidad no se tienen
parámetros de los que se puedan derivar instrumentos para poder actuar con sus
variables particulares. Estas fueron desarrolladas sin planeación previa
alguna. Solo existe la improvisación y la espontaneidad. Lo informal es un fenómeno
tanto complicado como complejo. En la informalidad convergen múltiples aspectos
y es por ello que su abordaje requiere tomar en cuenta aspectos sociales,
económicos, culturales y políticos. La interacción social en la ciudad informal
se manifiesta con una enorme energía, lo que hace de la interacción social el
aspecto vital dentro de la informalidad. Esto pese al aparente desorden visual
y funcional causadas por sucesivas crisis económicas y alto índice de
corrupción gubernamental que falla en elaborar políticas proactivas para
dirigir correctamente los esfuerzos de
desarrollo y formalización de estas áreas informales.
Arrojemos unos datos estadísticos y veamos
qué pasa. Para la década de los 50s el 10% de la población del mundo vivía en
las ciudades. Ya para el año 2010 el 50% de la población mundial vivía en las
ciudades del mundo. Si se continúa a este paso exponencial es fácil determinar
que para el año 2050 el 75% de las personas del mundo estarán concentradas en
las ciudades. ¿Están las ciudades preparadas para recibir semejante incremento
desmedido poblacional? Definitivamente el panorama no pinta color de rosa. Sin
mencionar los recursos y servicios que este crecimiento acelerado demanda.
Mumbai, por ejemplo, tiene aproximadamente el mismo número de habitantes que
Londres. Si comparamos la superficie territorial de estas dos ciudades
encontramos que Mumbai cabe un poco más de dos veces en el suelo que ocupa la
ciudad británica.
Tokio-Japon |
En la década de los 60s Jane jacobs, alguien
sin formación académica como planeadora urbana, pero con gran juicio y lucidez
de la ciudad, comprendió muchas de las cosas que hacen una ciudad armoniosa y
criticó muchas otras que la llevan a detrimento. Convirtiéndose en antítesis
del mismísimo Robert Moses, entendió y llevo al spotlight el aspecto cívico de
la ciudad. Mientras Moses apostaba a la intervención urbana vista desde arriba,
Jacobs se ponía en el lugar de la gente común. La misma gente común que
convierte a la ciudad en un aparato complejísimo con vida. La ciudad de los
recuerdos y experiencias gratas. La ciudad que no termina por revelar todas sus
bondades y ofrecimientos en un solo paseo. La misma ciudad que convierte la
actividad de vivir y transitar por sus aceras y espacios públicos en toda una experiencia. Experiencia que rechaza
a toda costa la pérdida del corazón de la ciudad, que a la vez, rechaza la
pérdida al amor cívico. Y es que las ciudades no tienen significado sin las
personas. Bien decía el arquitecto catalán Oriol Bohigas, ´la ciudad es el
espacio público¨. Y es que la ciudad no
¨ES¨, la ciudad se hace, la hacemos todos al instante que nos ponemos en
contacto con ella y se va configurando y creándose a nuestros ojos mientras
paseamos por ella. Es en esencia un gran espacio público que solo puede existir
como el resultado de transcursos que no cesan de agitarlo, y que haciéndolo se
crea la apropiación de la ciudad y es solo entonces cuando la ciudad existe.