martes, 11 de febrero de 2014

La planificación como ejercicio de producción de ciudad

Por Emmanuel Mercado Brito



Las personas  se unieron por primera vez para crear ciudades hace aproximadamente unos seis mil años y desde entonces los asentamientos tanto planeados como los de producción improvisada o informal han jugado un papel importantísimo en el devenir de las sociedades humanas. La evolución y mutación de estos experimentos de ciudad han sido desarrolladas de maneras muy diversas y particulares. Observar las ciudades del mundo es como ver la paleta de colores, la variedad parece ser infinita. Las maneras de las distintas culturas de entender y por ende de proyectar el espacio varía. Los aspectos geográficos, socio-económicos y políticos de cada región pueden llegar a ser tan particulares y característicos que hacen una ciudad completamente diferente a otra. Y he aquí lo bello de la arquitectura como ciudad, el diseño urbano.
   
Las ciudades son organismos vivos, respiran como todo ser vivo, tienen un plazo de vida que expira si la acción de planificación de la misma se queda estancada y no evoluciona siguiendo los requerimientos cambiantes de las personas que componen la ciudad. La planificación nunca  termina.
   
París-Francia
La buena planificación -si se le pudiera llegar a llamar así- busca darle respuesta a las condicionantes que van ejerciendo fricción en la ciudad, pero también ve más allá de los tiempos y fricciones en el presente, hace la labor de pitonisa y prevé las necesidades futuras en el mejor de los casos. Tomemos por ejemplo la París de Haussmann. Se proyectó dándole respuestas a más de un elemento de fricción en su momento, pero también buscó darle respuesta a futuras fricciones. Francia era un país en el que emanaban revolución y conflictos, y su ciudad capital se prestaba muy bien para eso. ¡Ooh lala, París la ciudad de los callejones y vías estrechas! (sarcasmo). Callejones que no solo permitían, sino que propiciaban la manufactura a velocidad warp de trincheras y amotinamientos, que tanto dolor de cabeza le causaba al ejército francés. Superponiéndose a los callejones parisinos el plan Haussmann trajo consigo el trazado de grandes bulevares y amplísimas vías. Bien lo revela Tom Hooper en su película-musical Les Miserables, adaptación al cine de la obra literaria del mismo nombre de Víctor Hugo. En el último acto de la película Hooper muestra como los desheredados se enfrentan al ejército francés en un callejón y  como estos angry men se hicieron de beneficio de las bondades para su causa de estas calles estrechas de la antigua París. El Barón Haussmann llevo a la mesa de planificación exactamente lo que la ciudad olvidada en el medioevo venia aspirando y solicitando a gritos.
   
Pero París cambió, con el tiempo evolucionó. El plan Haussmann ya no satisface las necesidades de una metrópolis de más de 12 millones de habitantes. ¿Qué queda entonces por hacer? ¿Aferrarse de manera fútil a la que fue una bella y cómoda Paris bautizada como la París de Haussmann de mediados del siglo XIX? Por supuesto que no. Aún queda planeamiento urbano por hacer. Es bien cierto que en su época París fue renovada y llevada a convertirse en la ciudad más moderna del momento, pero las necesidades y requerimientos de los tiempos además de la población con un crecimiento exponencial pone en evidencia la necesidad de una revalorización y reajustes. Y es como dije antes, la planificación nunca termina.
   
Existen características intrínsecas de una ciudad. Estas características pueden verse a leguas, desde el aire surcando los cielos en un dirigible, even. Estas características, que pueden llegar a ser bondades como también inclemencias, siempre serán parte de la identidad de una ciudad en particular. Esta identidad, que puede ser parte de sus bondades, se convierte en inclemencias cuando se resiste a la expansión, la renovación, la puesta en acción de agentes de cambio. Y esto se da a que la identidad tiende a centralizar, persevera en una esencia. La identidad puede ser testaruda, se auto compadece en el centro. Desde esta perspectiva, el reciente y tardío descubrimiento de la periferia como una zona de valor potencial es subvalorado. Y es así como el centro le gana la atención mediática a la periferia. La tendencia del hombre hacia el centro es casi patológica. En las ciudades convergen estos deseos centralistas de los hombres.
  
Central Park-New York
La densidad urbana pone en evidencia la naturaleza concéntrica de los hombres. Además que estos deseos se le suman factores socio-económicos y de servicios que solo se pueden ver satisfechos en las grandes ciudades, aunque estas grandes ciudades con el tiempo se empiezan a quedar cortas como desmitificadas panaceas a las necesidades de los ciudadanos. No es solo que el centro se ha quedado demasiado pequeño para realizar sus actividades y obligaciones, sino que el centro se ha convertido en un espejismo gastado que en su futuro no tan lejano solo le espera la implosión. Y aun así, su comparecencia ilusoria le niega al resto de la ciudad (periferia) su legitimidad. Manhattan denigra como ¨gente de Brooklyn o Jersey¨ a las personas que necesitan asistencia infraestructural de puentes y túneles para entrar a la ciudad. Esta obsesión con el centro nos convierte a todos en exiliados, ciudadanos de segunda categoría. Esta misma naturaleza concéntrica convierte a los centros en downtowns, elevando tantos los precios por metros cuadrados como las edificaciones hacia la verticalidad. Creando zonas urbanas imposibles de costear mientras se yerguen rascacielos grandilocuentes en altura con lindero cero. Los rascacielos parecen ser la tipología grata, acepta y definitiva.
   
Asentamiento de infravivienda en Nueva Delhi-India
 Algo diferente sucede en la otra cara de la ciudad, en esa que llamamos informal. En la actualidad el 33% de la población mundial vive en barriadas o slums. Estas comunidades informales no cuentan con los servicios y comodidades básicas como alcantarillados, agua y saneamiento. Para esta informalidad no se tienen parámetros de los que se puedan derivar instrumentos para poder actuar con sus variables particulares. Estas fueron desarrolladas sin planeación previa alguna. Solo existe la improvisación y la espontaneidad. Lo informal es un fenómeno tanto complicado como complejo. En la informalidad convergen múltiples aspectos y es por ello que su abordaje requiere tomar en cuenta aspectos sociales, económicos, culturales y políticos. La interacción social en la ciudad informal se manifiesta con una enorme energía, lo que hace de la interacción social el aspecto vital dentro de la informalidad. Esto pese al aparente desorden visual y funcional causadas por sucesivas crisis económicas y alto índice de corrupción gubernamental que falla en elaborar políticas proactivas para dirigir correctamente los  esfuerzos de desarrollo y formalización de estas áreas informales.  
  
Arrojemos unos datos estadísticos y veamos qué pasa. Para la década de los 50s el 10% de la población del mundo vivía en las ciudades. Ya para el año 2010 el 50% de la población mundial vivía en las ciudades del mundo. Si se continúa a este paso exponencial es fácil determinar que para el año 2050 el 75% de las personas del mundo estarán concentradas en las ciudades. ¿Están las ciudades preparadas para recibir semejante incremento desmedido poblacional? Definitivamente el panorama no pinta color de rosa. Sin mencionar los recursos y servicios que este crecimiento acelerado demanda. Mumbai, por ejemplo, tiene aproximadamente el mismo número de habitantes que Londres. Si comparamos la superficie territorial de estas dos ciudades encontramos que Mumbai cabe un poco más de dos veces en el suelo que ocupa la ciudad británica.
  

Tokio-Japon
En la actualidad los grandes centros han crecido hasta el punto que se han tragado la periferia, han aspirado y absorbido a las ciudades y pueblos colindantes. Se han convertido en megalópolis que se extienden por kilómetros. Monstros titánicos como las conurbaciones de Boston y Washington, Tokio y Yokohama nos llevan a cuestionarnos ¿Existe algún límite para semejante crecimiento? Evidentemente estamos hablando de una densidad poblacional desmedida. Y es aquí donde la cualidad de pitonisa de la planificación urbana viene al rescate, o al menos esperamos de dedos cruzados que así lo haga en efecto. La planificación urbana tiene como objetivo determinar y prever los requerimientos y demandas futuras de la ciudad. Como decíamos antes, no solo resuelve los elementos de fricción del ahora, sino, elementos de fricción futuros.

En la década de los 60s Jane jacobs, alguien sin formación académica como planeadora urbana, pero con gran juicio y lucidez de la ciudad, comprendió muchas de las cosas que hacen una ciudad armoniosa y criticó muchas otras que la llevan a detrimento. Convirtiéndose en antítesis del mismísimo Robert Moses, entendió y llevo al spotlight el aspecto cívico de la ciudad. Mientras Moses apostaba a la intervención urbana vista desde arriba, Jacobs se ponía en el lugar de la gente común. La misma gente común que convierte a la ciudad en un aparato complejísimo con vida. La ciudad de los recuerdos y experiencias gratas. La ciudad que no termina por revelar todas sus bondades y ofrecimientos en un solo paseo. La misma ciudad que convierte la actividad de vivir y transitar por sus aceras y espacios públicos en  toda una experiencia. Experiencia que rechaza a toda costa la pérdida del corazón de la ciudad, que a la vez, rechaza la pérdida al amor cívico. Y es que las ciudades no tienen significado sin las personas. Bien decía el arquitecto catalán Oriol Bohigas, ´la ciudad es el espacio público¨. Y  es que la ciudad no ¨ES¨, la ciudad se hace, la hacemos todos al instante que nos ponemos en contacto con ella y se va configurando y creándose a nuestros ojos mientras paseamos por ella. Es en esencia un gran espacio público que solo puede existir como el resultado de transcursos que no cesan de agitarlo, y que haciéndolo se crea la apropiación de la ciudad y es solo entonces cuando la ciudad existe.