Por: Emmanuel Mercado Brito
Huaxi- China |
La
explosión demográfica desarrollada en el siglo XX tuvo su clímax hacia el final
del mismo siglo. A principios de los 90s el mundo completo vivió un periodo de
bonanza económica, que hizo posible un aceleradísimo desarrollo inmobiliario.
Lo aceleradísimo trae consigo lamentablemente un estigma negativo de
planificación. Además, la fe exagerada en el conocimiento humano y la ciencia
muy por encima de la cultura y los paradigmas de lo que se conocía como lo
local, re- codificaron al urbanismo en la herramienta por excelencia de de una ideología
orientada al progreso. Se construyeron
ciudades completas y las que ya existían fueron retocadas y expandidas, hasta
en muchos casos, crear conurbaciones de extraordinarias dimensiones.
Dimensiones de espanto. Las grandes urbes empezaron a ser llamadas
¨contemporáneas¨, y con esta denominación fueron despojadas de su identidad.
Identidad de valiosísimo valor histórico y hasta poético. Y es que cuando se
habla de lo urbano, es muy fácil encontrar la poesía intrínseca del devenir fantástico
de los ciudadanos a medida que se apropian de la ciudad.
Rem
Koolhaas, quien es uno de los arquitectos con más influencia en el campo teórico
de la arquitectura y además premio Pritzker, deslizó su atención inquisidora y cínica
sobre la superficie de la metrópolis contemporánea en su manifiesto titulado La
Ciudad Genérica a mediados de los 90s. Koolhaas conoce la ciudad, la cuestiona
y la interpreta, y es por eso que encontramos tantas ideas que llevan a una reflexión
y análisis inmediato. En su manifiesto Koolhaas le hace un examen casi de rayos
X a las metrópolis contemporáneas y las encuentra ¨superficiales- como un estudio de Hollywood, puede producir una nueva identidad cada
lunes por la mañana¨. ¨Que queda después que se ha despojado de la identidad? ¿Lo
genérico?
La
ciudad genérica es un producto de exportación, llenos de artefactos espaciales,
de esos que no son autóctonos, de esos que no tienen una relación estrecha con
lo que había con anterioridad, de esos que parecieran encajar en todas partes y
sin embargo no pertenecer a ninguna parte, de esos que muy bien pudieran ser
contradicciones, de esos que no nos acaban de convencer, y aun así se ven grandilocuentes,
como de revistas. Estos artefactos son productos mediáticos, confeccionados por
capricho. El arquitecto es relevado por las marcas y las supuestas ¨imágenes y filosofías¨
que los medios, marcas y egos dictan. La contemporaneidad se abalanza contra la
historia y memoria colectiva y vence, lastimosamente, en cada ocasión. Como resultado
lo genérico, queda expuesto, mientras que la sustancia queda abajo, sumergido en
layers de concreto, acero y cristal.
A
falta de la identidad urbana, surge la homogenización, lo genérico. Lo característico
es relevado y relegado a lo contemporáneo. La cualidad de lo genérico existe en
la ausencia de la identidad, de lo historicista, de lo característico. ¨The city is no longer. ¨We can leave the theater now¨, es la conclusión que Koolhaas da a
veinticinco páginas cargadas de una extraordinaria reflexión muy bien acertada.
La ciudad no existe, la ciudad se ha hecho indiferente, insustancial, sosa y
sin sabor. La ciudad da igual.